Déjame Crecer
Los Niños Necesitan Moverse en Libertad
Hace unos días visité una familia que tienen un bebé de unos 9 – 10 meses.
Eran unos días festivos familiares, habían muchas personas en la sala, adultos y niños. El bebé se encontraba en un corral, y se quejaba, a veces con llanto otras con gritos, para que lo sacaran de allí y poder interactuar como todos los demás niños. Por su parte, la madre estaba casi escondida hablando bajito para que su hijo no la viera ni oyera y evitar que gritara más alto y así no tener que sacarlo del corral.
Esta escena me conmovió, ambos sufriendo por falta de libertad, el bebé por estar confinado en un corral, sin posibilidades de moverse y ella por tener que estar escondiéndose para no provocar en su hijo más protestas.
Saqué al niño del corral y lo coloqué en el suelo en posición boca arriba. Comenzó a llorar nuevamente y se agarró de mi para sentarse. Observé que su tronco tambaleaba y que todavía había mucha inestabilidad en su equilibrio e inmadurez en su tono para mantener dicha postura. Y que esta posición además exigía la asistencia del adulto, para salir de ella.
Junto al corral observé un aparato, donde el bebé probablemente pasaba un buen tiempo sentado: una especie de andador fijo con un arnés elástico que sostenía el cuerpo del bebé con actividades de motricidad fina.
La madre me explicó que parecía que el bebé se iba a saltar el gateo, pues ya sólo quería estar de pie, llorando si era colocado acostado en el suelo y que el pediatra le había dicho que eso era normal.
Sin duda, es normal saltarse etapas del desarrollo cuando los adultos intervenimos y obstaculizamos la evolución natural de los movimientos. Pero dejado en libertad motriz, un bebé no salta las etapas. Este bebé había sido estimulado a estar en posición vertical precozmente. Es muy probable que haya estado mucho más tiempo en el corral o en el andador fijo que en el suelo. Podía sentarse pero con mucha dificultad en el equilibrio, sólo quería estar de pie, no rodaba, ni se arrastraba, ni gateaba. Un rato más tarde vi a la madre agarrando al bebé para caminar.
En este sentido, es necesario comprender que algunas prácticas que hacemos los adultos para “estimular” el desarrollo del bebé – todas ellas obviamente con muy buena intención – influyen negativamente en su desarrollo:
• Colocar en posturas a las que no ha llegado por sí mismo.
• Propiciar situaciones de fracaso y actividades para las cuales no está preparado.
• Colocar en aparatos que reducen su movimiento o lo inmovilizan.
• Poner vestimentas ajustadas que limiten el movimiento, no dejar descalzo.
El desarrollo psíquico y su relación con la motricidad
En los primeros años de vida, el psiquismo del niño (“aquella fuerza interna que busca organizar, regular nuestra personalidad, nuestras emociones en el entorno”, Myriam David) se construye a partir de las experiencias corporales que vive el niño en la interacción con el otro, con el espacio y con el entorno. (B. Aucouturier)
Tomando en cuenta que la vida afectiva está unida a elementos corporales, las acciones ejercidas por el adulto sobre el bebé (la manera de sostenerlo, levantarlo, posarlo, transportarlo, girarlo para vestirlo o cambiar de pañal, el ritmo que se usa con él) y la calidad vincular que establece con él, le permiten organizar tempranamente su manera de relacionarse y comportarse.
Las sensaciones y emociones vividas en estos intercambios durante los cuidados y las experiencias que obtiene a través de sus acciones en la exploración del mundo, ayudan al niño a construirse y a afirmarse como persona, a conocerse a sí mismo, constituyendo la base de su desarrollo psíquico, bienestar afectivo e inteligencia. (B. Aucouturier)
Para ayudar al niño a desarrollarse en las mejores condiciones, es necesario que el adulto no se precipite a “enseñarle” posturas que generan dependencia (porque necesita de otro que lo ponga o lo saque de esa posición) y pasividad (porque centrado intensamente en no perder el equilibrio, disminuye su atención para la exploración).
La actitud del adulto en esta etapa es favorecer la seguridad afectiva del niño y crear las condiciones para un desarrollo sano. Esto se manifiesta en la confianza de sus capacidades, en la aceptación total de sus posibilidades y en el respeto a su ritmo particular de evolución.
Igualmente, el adulto ha de organizar un entorno físico seguro y amplio en el suelo y dejar al niño moverse en libertad, sin decirle qué o cómo hacer. Sólo así, el niño podrá regular su tono, apoyos, posturas, modular su musculatura y desarrollar una motricidad armoniosa que le permita vivir la seguridad afectiva.
El adulto selecciona los objetos adecuados para que el niño descubra el mundo y pueda construir su pensamiento y desarrollar atención. Durante la manipulación de objetos, el niño observa, asocia, compara, clasifica, categoriza, analiza y establece relaciones entre los objetos.
El adulto que deja al niño explorar el espacio en libertad, le permite vivir un sentimiento de valoración y de eficacia, pues cada victoria lograda por sí mismo confirma sus posibilidades.
Es en este camino de acción y transformación del entorno, que el niño se afirma, se conoce a sí mismo, construye su identidad, desarrolla autonomía, autoconfianza y la capacidad de estar a solas. Y es en este tipo de relación respetuosa y acogedora que a su vez, le permitirá desarrollar sentimientos de respeto y de empatía hacia los demás.