Ayer por la mañana, pasando por el malecón, vi columpiándose, unos niños que en Rep. Dominicana, llamamos “limpiabotas”. Salen a la calle desde muy pequeños a trabajar, limpiando zapatos, para llevar dinero a su familia.
No sé si habían comido, bebido agua, si les dolía algo, si iban o no la escuela. No se cómo los educan, si reciben gritos, humillaciones o castigos físicos. No puedo imaginar si cuando están tristes, alguien los consuela o cuando tienen miedo, alguien los conforta.
Pero sé que estos hechos son comunes a todas las infancias: necesidades no satisfechas, miedo a ser destruidos, a ser abandonados, temor a la soledad, emociones intensas que no son escuchadas, que no encuentran salida, que no son comprendidas y que se almacenan en el cuerpo y en la mente.
Esta escena tocó mi alma y me detuve a observarlos.
Sé balanceaban hacia delante y hacia atrás con todo su cuerpo,con una gran tonicidad, entregado al movimiento del columpio a mucha velocidad, y cada vez más alto.
Recordé todas las veces en las que los niños en la sala de Psicomotricidad, cuando se columpian, nos piden empujarlos, más alto, más fuerte, más rápido, hasta tocar con los pies el techo, viviendo un inmenso placer.
Y es que mecerse, además de ser la experiencia más arcaica que vive el ser humano en el útero de su madre, es uno de los movimientos que más nos calma cuando nacemos, como si el dolor de todo lo que vivimos para adaptarnos al mundo, desapareciera en el instante.
Con una variedad de sensaciones internas y externas, era evidente que estaban viviendo una gran felicidad: el sonido del mar a sus espaldas, la brisa en sus cabellos, el ritmo, la velocidad del columpio, la tensión cuando subían muy alto, y la distensión de volver hacia delante, dejándose llevar por el impulso, los ojos cerrados por la risa intensa, sus labios abiertos a carcajadas.
Estos niños, que probablemente atraviesan en su vida cotidiana mucha desprotección, vulnerabilidad e inseguridad, podían cerrar sus ojos y entregarse a vivir un bienestar intenso, aquel que genera sensaciones positivas perdurables, atenúa los dolores de la vida, y les permite soñar para poder hacer frente a su realidad.
No pude dejar de pensar en como todo esto ocurre también en una sala de psicomotricidad. Las sensaciones corporales, el placer compartido en el juego con el otro, la expresión de las emociones, movilizan el psiquismo, desdramatizando las escenas conflictivas del pasado y dando paso a la imaginación para construir un presente armonioso.
Agradecí por los niños de los columpios, porque alguien pensó en ellos. Porque pueden tener en ese espacio público, un gran momento de felicidad. Porque a través del juego y del mecimiento, pueden encontrar seguridad. Porque, además, es un espacio privilegiado, al aire libre, con el sonido de las olas del mar detrás, que despierta y levanta sus mejores sueños.